2006/09/27

No me gustan los aeropuertos

No me gustan los aeropuertos. No me gustan porque me recuerdan el primer acercamiento a la muerte que he tenido.

Desde que tengo uso de razón solamente recuerdo haber tenido dos abuelos, que no eran precisamente los que vivían en mi ciudad. Los dos abuelos que recuerdos venían periódicamente hasta que él se murió. Debido a que toda la familia de mi madre vive en otro país en mi casa siempre hemos considerado que la familia se resumía en el núcleo familiar que conformábamos nosotros cinco y algún que otro familiar con el que también teníamos contacto.
Mi madre insistía en que su familia era la nuestra y que la teníamos que tener en la misma consideración pero eso nunca sucedió porque querer a personas que no conoces y a más de 9.000 Km de distancia no suele parecer muy lógico, por lo menos para unos críos como éramos entonces.

Pasado el tiempo y muchos años, las visitas de mis abuelos comenzaron a ser solamente las visitas de mi abuela, que venía periódicamente y a la que, siendo sincera, nunca frecuenté mucho por falta de interés, ganas y otras razones que no son ahora procedentes contar.
Mi abuela era diferente a las abuelas de su edad que conocía de mis amigas: ella nunca vistió de negro porque decía que el luto va por dentro, que no hay necesidad de exteriorizar los sentimientos para sentirlos como tal. Ella nunca se mostró débil porque era la cabeza visible de un matriarcado, nunca hizo ninguna concesión de cariño a sus hijos porque sería un digno de debilidad que no podía permitirse una mujer que había abandonado su vida en un país a sus más de 40 años para comenzar de nuevo en otro desde cero, hablando español en Brasil y portugués en España. Ella nunca quiso visitar a sus hermanos en Murcia más de una semana porque el pueblo se le había quedado pequeño y porque no le gustaban los niños, aunque crió a cinco más uno muerto.

Con el paso de los años, ella fue viniéndose abajo y yo me fui ablandando, o quizás sentí una mayor curiosidad hacia aquella mujer con la que discutía mi madre, a decir verdad, a la que mi madre obedecía a la primera regañina que recibía de su parte.

Las últimas veces que vino paseábamos juntas y disfrutaba de historias de otra época, de otros países y de gente que aún siendo de mi sangre jamás consideraré como propiamente míos.
Llegó su último viaje. Llegó a casa y no era la misma. Ni siquiera sé como la permitieron viajar tal y como estaba. Mezclaba países e idiomas, mezclaba hijos y nietos, mezclaba series de ficción con personajes reales de su propia vida. Tenía momentos en que la lucidez regresaba a su mente. Entonces se te quedaba mirando con una tristeza infinita, con la pena del que sabe que nunca será feliz porque su vida está dividida por la distancia, por la ruptura de ese nucleo familiar que conformanban sus hijos. Entonces se acercaba, llorando, te cogía la cara entre sus manos y te miraba sin decirte nada pero contándote millones de cosas con su mirada. Creo que entonces ya había comenzado a quererla, necesité años, peleas y paseos y al final caí en sus redes, las del amor familiar.

Llegó el momento de la partida, todos estábamos en Barajas para desperdirla. Todos sabíamos que era la última vez que la despedíamos. Siempre había vistoa mi madre renegar de los aeropuertos porque pasada la alegría inicial para ella solamente significan lejanía de los seres queridos y la amargura de la soledad en que se queda cuando los suyos se van. Muy dignamente ella no aceptó que ninguna chaqueta roja la ayudase a subir al avión porque no sería algo que estuviese dispuesta a aceptar.

Una vez se fue todos comenzamos a llorar, sin mirarnos, sin hablar, simplemente lloramos sabiendo que nunca más la volveríamos a ver. Mi madre estuvo serena, fue la única que no lloró (no así mi padre que parecía un río) imagino que querría mantener o perpetuar ese carácter propio de la familia.
Un año después murió y entonces todos volvimos a llorar, por la pérdida, por el recuerdo, por la lejanía.

Ayer terminé de leer Melocotones Helados, de Espido F. En el libro, que ténicamente es mucho más que mejorable aunque la historia tiene muchas posibilidades, se habla de la gente que se olvida, que se muere o que mueren porque los olvidamos. Yo no quería olvidarme de mi abuela, ni de mi familia, de los que quiero y estan cerca y de los que están lejos y no conozco... de los que conocí y ya no están... y por eso recordé que no me gustan los aeropuertos, porque la primera vez que me enfrenté a la muerte de un ser querido fue en un aeropuerto, y la muerte fue prematura, porque se aplazó hasta un año después. Y no es porque tengan todos ese aspecto aséptico y de paso, porque son un mero trámite de emociones y lugares, donde todo vá rápido en colores chillones y lamentablemente artificial. No es porque pierdan maletas, ni porque los vuelos sufran retrasos, no me gustan los aeropuertos por las historias que encierran en sus pasillos y en sus salas, porque la mayoría de las lágrimas tienen un poso de amargura, y la mayoría de los viajes de trabajo conllevan una soledad que la mayor parte de las veces no se elige.

Canciones del día:
El emigrante - Antonio Molina
El extranjero - Enrique Bunbury

13 comentarios:

Pete Vicetown dijo...

Lo peor de los viajes de trabajo son efectivamente las horas de soledad en un hotel Siempre frio e impersonal Con TV encendida que no escuchas y pensando lo genial que sería y lo mucho que cambiaría la situación si esa persona especial estuviera ahí, en esa ciudad. en ese Hotel. En esa cama.

Anónimo dijo...

pues si, ya nos contarás tú alguna historia en hoteles, que las mías son blancas y muy blancas y las tuyas seguro que son mucho más interesantes!!!!

Landahlauts dijo...

La soledad de los hoteles y de los sitios inhóspitos que tan bien aparecía reflejada en Lost in Translation.

Leyendo tu post he recordado un programa que vi ayer en Canal + muy interesante. María del Mar Bonet, Ferrán Adrián, María Valverde, el Arzobispo de Servilla y una escritora asturiana cuyo nombre no recuerdo, hablaban sobre su padre, lo que había supuesto para ellos la figura de su padre y los recuerdos que tenían de él. Me fijé, en que a todos ellos se les iluminaba la cara hablando de su padre. A tí te ha pasado algo parecido, en tu post se notaba el cariño y el buen recuerdo que guardas de tu abuela y, de camino, porqué esto te hace odiar los aeropuertos.

Ros dijo...

lost in traslation para mí es la sensación de desorientación y desubicación que tienes llegado determinado momento y si que ahora mismo puede pasarme algo así, pero no mucho, el año pasado mucho más...

ufffff con mi padre creo que hace más de medio año que no me hablo...


y de mi abuela si que guardo cariño pero no la conocí apenas... a lo mejor es egoista y lo que recuerdo es la posibilidad de lo qeu pudo ser y no fue... no sé hoy estoy muy tonta y negativa... serán las hormonas!!!!!

LpnarGaming dijo...

Hay que ver como avanza la civilización. Estos sentimientos que cuentas respecto a aeropuertos son los que siempre se habían relacionado con las estaciones de tren.

Marisabel dijo...

Qué bonita tu historia, y que abuela más valiente que tenías...
A mi tampoco me gustan ni los aeropuertos, ni las estaciones de tren, ni la de autobuses... siempre me recuerdan despedidas: antes las de mi santo, ahora las de mi familia

Anónimo dijo...

no sé yo creo que la mayoría de las mujeres después de la guerra eran así...
si que mal lo de despedirse

Anónimo dijo...

Me ha encantado el post! (Me ha hecho pensar mucho en mi abuela...que ya hace 6 años que murió)

A mi, al contrario que a vosotros, los aeropuertos me encantan porque significan vacaciones (no he tenido que hacer ningún viaje de trabajo ni he despedido a nadie para no volverlo a ver más)...son las distintas maneras de percibir las cosas.

Una última cosa....y no es por ser pijotera pero, el emigrante es de Juanito Valderrama...

Toxcatl dijo...

Recuerda la valentia de tu abuela de, aun estando enferma, viajarse miles de kilometros y muchisimas horas ella solita para veros una ultima vez (que cojones!!! ¿se puede decir cojones en internet? - me han dicho que no, pues eso, que ¡qeu valiente!!!)

Anónimo dijo...

JODER ES VERDAD... MARI QUE FALLOS TENGO ULTIMAMENTE CON LA MÚSICA...
Y CON LA VIDA EN GENERAL PARA QUÉ NEGARLO....

RECTIFIQUEMOS QUE ES DE SABIOS Y DE TORPES!!!! JUANITO VALDERRAMA, EL EMIGRANTE....

Ros dijo...

aquí se puede decir de todo... a excepción de faltar el respeto a los que escriben... un mínimo deeducacion y ya está... cojones y demás se puede decir...

Anónimo dijo...

estoy de acuerdo! a mí tampoco me gustan! desde el momento que viví el final de un amor importante para mí, desde el momento que tuve que despedarme de alguien que quería hasta morir y que cambió mi vida radicalmente. Desde este acontecimiento me fijo muchísimo en las despedidas en los aeropuertos y comprendo su dolor, a veces imagino la razón! pero en general a mí no me gustan las despedidas en general, porque me duelen, en aeropoyertos, estaciones de trenes o autobuses! he vivido de todo y además muy fuerte! pero tengo que reconocer que para quien se va es todavía más duro!
me imagino que tu abuelo sabía que ibais a sufrir, y que ella sufrió más en el avión. es duro estar sólo y sufrir entre gente desconocida, mientras vosotros os consolabais por lo menos con la presencia de los demás!

ay, he escrito mucho!

Landahlauts dijo...

A mi, la verdad es que siempre me han gustado las estaciones de tren y los aeropuertos. Me gusta ver a la gente despidiendose y saludandose (si se van o si llegan). Le encuentro un punto de melancolía pero, como nunca he pasado "un mal rato" en ellos, no de tristeza.