2007/05/23

Relato

Ahora estaba mejor. Fumarme ese cigarrillo me relajó, mejor dicho, comenzó a relajarme. El día había sido duro, la tensión había ido apoderándose de mi aunque el ritual había sido repetido muchas veces, demasiadas quizás.

Le había visto muchas veces, sus rutinas se habían convertido en las mías... conocía su trabajo, familia y amigos, hasta me caía bien. Sin embargo se convirtió en mi último trabajo, el último de una larga lista de números bancarios que terminaban en él. A él le puse nombre, y apellidos, y cara, y sentimientos, no quería terminar mi carrera sin un poco de humanidad al menos. Por eso traté que el momento fuese breve, y por eso mismo esta vez quise que me viera.

Me acerqué a él cuando salía al encuentro semanal con su amante. Se esperaban siempre en el mismo banco del mismo parque así que iba a ser muy fácil. Llamé a la mujer, no muy guapa a pesar de todo lo arreglada que iba, y le comenté que le iba a ser imposible que se vieran esa semana. Ella no dijo nada, imagino que en su interior trataría de crear mil y una hipótesis que justificasen este desplante, o quizás llamó al próximo de la lista, quien sabe, las mujeres son tan raras que no merece la pena darle más sentido a sus pensamientos, tan prolíficos como inútiles.

Después me dirigí hacia el banco, me senté y contemplé a mi alrededor, era un lugar bonito, no era especialmente bello pero tenía su encanto, seguramente ellos nunca se habían detenido a pensar acerca de ello.

No tuve que esperar mucho tiempo. Mi último cliente llegó puntual a su cita y se extrañó al verme allí. Sin decir nada se sentó a mi lado y comentamos esas minudencias que se suelen comentar cuando dos extraños se encuentra por casualidad. Pasados unos diez minutos comenzamos a hablar de la vida, con esa profundidad que también se da solamente cuando es un extraño al que nunca más vas a ver en la vida. Me contó su trabajo (el ficticio no el real) su vida familiar y como su vida se había llenado a partir de cierta de edad de una ejemplar secuencia de frustraciones.

Pasado un tiempo en el que solamente se preocupó de él mismo me preguntó por mí... la verdad es que no sabía muy bien qué decirle, me volví hacia él, le dije mi nombre, que le conocía hacía mucho tiempo y que gracias a él me iba a retirar. Pareció extrañado al principio, pero pasados unos segundos me miró y comprendió todo... sonrió timida y nerviosamente y me dijo que se alegraba de ser el último y que esperaba que el listado no fuese muy largo. Yo sonreí también y le dije que no, siempre había sido muy selectivo. Estábamos frente a frente, saqué mi arma, provista de silenciador, y le dí dos disparos, unos en corazón y uno en el cerebro. El final fue rápido y la sonrisa que me había dedicado quedó impresa para siempre en su rostro.

Me levanté de nuevo y guardé el arma. Lentamente atravesé el parque y el centro neurálgico de la ciudad para llegar a otro parque, más pequeño y de menor clase que el qúe había dejado apenas hacía media hora. El aire era frío y me despejó del aturdimiento que me producía no el haber matado, sino la certeza de saber que no lo volvería a hacer. Después me senté en otro banco similar al que había dejado... y encendí un cigarrillo, también era el último cigarrillo; después volvería a casa y cogería a mi mujer para irnos de viaje, a ese viaje que le prometí durante todos los años que llevábamos juntos y que nunca me atreví a hacer por cuestiones laborales.

2 comentarios:

Landahlauts dijo...

Un trabajo... como otro cualquiera.

Alguien tendría que hacerlo, no???

Ros dijo...

si alguien... pero qué tiene que tener ese alguien en la cabeza para luego poder dormir tranquilo...

eso es lo que me pasa por irme a ver el buen pastor ... por cierto, que buena!!!!!