Ros y punto

Y lanzarme al gris de tu vida, de tus manías y horarios, de tus rutinas establecidas que te hacen tan gris como el resto de aquellos de los que quieres diferenciarte. Descubrir en ese gris los matices necesarios para quererte unas veces y odiarte otras, los matices que nos hacen únicos a pesar de ser tan desgraciadamente grises. Lanzarme como a una piscina en la que el primer chapuzón después de un tiempo te devuelve a la vida, lanzarme para desentumecer los músculos y sentimientos y para descubrir que es verdad, que los detalles cuentan aunque no se perciban la mayoría de las veces.

Y pararme en las agitadas olas de tus profundos y oscuros ojos azules, los que me hablan sin pronunciar una sola palabra, los que me enfrían o calientan según esté la marea de sentimientos esa tarde. Pararme en unos ojos que me trasladan a los días de sol y playa en la playa de Famara, donde los surferos viven su vida en un eterno verano y nosotros nos dimos cuenta de que el verano había pasado ya. Perderme allí donde me besaste y creí que el tiempo se había parado para siempre entre la fina arena del sur. Pararme en unos ojos que a veces me taladran por lo sincero y directos que pueden llegar a ser. Ojos que miro y me miran, ojos que a veces me miran y no me ven. Perderme en esos ojos que son el primer indicio que de un estado de ánimo que me llega en ocasiones a tocar el alma y cuyo desafío en ocasiones no soy capaz de resistir.

Y despertarme en tus brazos, en medio de unas blancas sábanas desordenadas testigo de una noche agitada en la que me has convertido en líquido elemento y me has hecho gritar una vez más.

Despertarme y tener tu cuerpo junto a mí y notar como el vello se me eriza al tocarme y atraerme hacia ti de nuevo. Despertarme y volver de nuevo a tener ganas de ti, que me calientas y me dejas la mente en blanco y me das la paz que necesito.

Y marcharme después sin mirarte, sin conocerte ni hablarte, recreando la próxima vez en la que volveré a lanzarme a tu fría paleta de colores sentimental.