2006/01/11

Cuento 02

- Cuando te vayas no cierres la puerta.
- ¿Por? ¿Esperas a alguien?
- No, simplemente quiero que entre aire fresco, el que aquí se respira está demasiado viciado.

Y yo dije esas palabras y según las pronunciaba me iba arrepintiendo. No quería que te marchases, no quería perderte a pesar de que hacía mucho tiempo que no te tenía. Y con tu marcha llegó el silencio, no la soledad ni la pena: el silencio. Estaba acostumbrado a oir un murmullo constante alrededor cuando estabas y, ahora que faltabas, el silencio me caía encima como un pesado muro de cuyo desprendimiento no podía escapar. La tele en la cocina mientras cocinabas, el ruido de la ducha mientras te duchabas eternamente, el roce de las medias sobre tu piel, todo era un sonido, una melodía que te acompañaba donde quiera que estuvieras e hicieras lo que hicieras.

No me llenaba nada: borracheras, salidas hasta el infinito, amigos, familia, cultura, TODO, todo era mucho y lo mucho insuficiente.

Pasó mucho tiempo, dejamos de vernos, dejé de ver tu imagen al cerrar los ojos; de buscarte en lugares comunes, de oler tu perfume en camas ajenas y, de repente, todo pasó, como pasa el tiempo, como una ráfaga de aire, ese aire que necesitaba cuando te fuiste. Pasó sin darme cuenta y ya no sentí ganas de llamarte, ni verte, ni tocarte, nada. No había odio, ni rencor, ni dolor, lamentablemente no había nada. Dejaste de ser TÚ para ser UNA sin más, sin más ni menos, pero también sin menos que más, y me dio pena, una pena inconsolable de la que no podía desprenderme, me dio pena el darme cuenta que todos somos recambios, que mañana conocería a otra, que volvería a sonreir, que tú harías lo mismo, que seríamos recuerdos lejanos que un día desaparecerían el uno para el otro, que ni siquiera todo aquello que te dije para hacerte daño habría valido para nada y, en ese momento, una lágrima cayó por mi mejilla. No había llorado desde que te alejaste por la puerta abierta y sin mirar atrás; había pasado más de un año, me prometí no llorar más. Sin embargo, en esta ocasión merecía la pena: no lloraba por ti, ni por nosotros, lloraba única y exclusivamente por mí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué bonito...y que triste...y que cierto...