2012/02/28

Pequeñas historias de gente grande

La vecina de enfrente de mi madre es una señora pequeñita y gordita con unos preciosos ojos verdes de color transparente. Su historia es la de muchas otras mujeres que salieron adelante después de la guerra, la de tantas personas que eran jóvenes y no tuvieron la vida fácil. Mi vecina de enfrente, bueno, la de mi madre, fue abandonada después de la guerra por un marido que no la daba muy buena vida con dos hijos pequeños. El hermano de la vecina de mi madre, en vez de darle la espalda, cambió su vida por completo y se convirtió en el padre de esos dos niños que eran prácticamente sus hijos. Él trabajaba y ella trabajaba hasta que hubo un momento en que ella no trabajó pero se dedicó a cuidarlos, que también era un trabajo que llevaba mucho. 

Ella no es de esas personas presumidas, quizás les gusta saber todo de todos pero si necesitas algo te lo da sin problemas. Cuando mis padres se mudaron a la casa que yo recuerdo desde que era niña, descubrí desde muy pronto que no tenía abuelos. Sin embargo, la vecina de enfrente siempre estaba dispuesta a darme cobijo en su casa. Cuando mi madre me regañaba me asomaba a la ventana de la cocina y gritaba su nombre y, cuando me enfadaba con mi madre, me escapaba a su casa a pasar la tarde. A resultas de estas voces "interpatio"todo el barrio acabó conociéndola a ella, bueno y a mi también pero más a ella. Yo mientras tanto, disfrutaba de tardes en su casa en las que me dejaba trastear en la cocina, me enseñaban a jugar a las cartas o me escondía para que me buscasen ellos dos. Quien necesita abuelos teniendo a mis vecinos de enfrente. 

Con el tiempo yo me fuí haciendo mayor, sus hijos más aún claro, y durante los 31 años que he vivido en casa de mis padres ellos han ido ejerciendo de abuelo de 7 niños, de los cuales nietos solo eran cuatro. Todos nos hemos haciendo mayores y todos hemos tenido esa época de rechazo hacia los que nos han cuidado. Creo que los más mayores podemos decir sin lugar a equivocarnos, que no hemos podido tener mejor infancia que esas tardes en su casa y muchos otros momentos compartidos, quizás los más jóvenes todavía no sean capaces de apreciarlo.

Durante los últimos cuatro años que ya no vivo con mis padres he dejado de ver a mi vecina de enfrente, a la suya mejor dicho, y mis visitas son cada vez más rápidas y mis encuentros con ella cada vez más escasos y rápidos. A él le perdimos hace tiempo y creo que no fui demasiado consciente de su pérdida pero si de lo que importate que fue dejar de verle.

Hoy he ido a despedirme de ella porque el día 1 de marzo se traslada a una residencia. No se trata de una residencia de esas en la que no se puede hacer nada, de hecho nos ha contado que desde la ventana de su habitación se ve a menos de 200 metros la ventana de su nieta pequeña y que va a estar estupenda porque va a estar como en un hotel. Por supuesto que la hemos dicho que por fin se merece que alguien la cuide y que así va a poder dedicarse a ella misma pero, en el primer momento en que ha abierto la puerta de su casa, nos hemos puesto las dos a llorar.

Es extraño como pasan cosas en tu vida y no las aprecias, como te vas alejando de la gente que ha cuidado de ti en ocasiones y como tu vida parece coger ritmos diferentes a las de los demás sin que te des cuenta. Te das cuenta de como la adolescencia te hace cruel con los que te quieren y la madurez te distancia de mucha gente. Hoy, al abrir la puerta de mi vecina de enfrente, porque creo que será mi vecina de enfrente siempre, una parte de mi, y creo que de ella, hemos sabido que algo se acababa, que empezaba una nueva etapa en la que la vida cambia y no volverá a ser igual. Ya no volverá a ser una presencia ausente, sino una ausencia presente que me acompañará y a la que espero ver muchas veces tomando café en casa de mis padres. Hoy yo soy menos niña y ella sigue tirando hacia delante. Hoy lo bueno es que las dos nos hemos podido abrazar y decirnos lo que nos queremos a la cara.

11 comentarios:

Santy Trombone dijo...

Siempre he pensado que la mayor crueldad de la vida es envejecer y no solo por una cuestión estética, desgraciadamente, cuando sabes de que va la fiesta, resulta que físicamente ya no puedes marcarte unos bailes. Lo veo día a día en mi madre que ya es una ancianita, que mengua y mengua y que tiene todos los hueso hechos polvo...

Laura dijo...

ufff me has emocionado con la historia y es que es realmente así, maduramos y sin querer todo cambia. Me has recordado a Manola, la vecina de mi abuela.....
La vejez me enternece cuando la veo y me entristece cuando la pienso...

Ros dijo...

Calamarín. Yo también lo veo con mis padres y la verdad es que les veo tan serenos y tan conscientes que me asusta.

Laura, si, es una pena, yo ayer me sentí muy mal, más por como me había portado con ella que por otra cosa. Me di cuenta en ese momento de todo lo que había hecho por mi y no le había devuelto.

Manuel dijo...

Precioso

mcarmen dijo...

Ros, empatizo contigo. He pasado por una situación parecida, desgraciadamente un final menos feliz...
Un beso,

Ros dijo...

Muchas gracias por la visita Mcarmen. La verdad es que no te acostumbras a pasar por este tipo de cosas pero es así. Bss.

Doña Trico Tricotosa dijo...

Quedate con ese final y repitelo todas las veces que puedas, con todos.
Yo también tomaré ejemplo...

Ros dijo...

Muchas gracias Doña Tricotosa :)

Ros dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
La mujer tirita dijo...

Chica, que llorera me ha dado, qué bonito. Esto si es bonito y lo de La Carretera. Tu vecina de enfrente estará como una reina.

Ros dijo...

Gracias :).